LENTE DE AUMENTO
Voto adolescente, voto radicalmente cautivo
Con 16 años no puedes beber, conducir, ni comprar lotería, ni hipotecarte y ¿quieren que elijas presidente?
Alegría y López, mucho que responder (y callar)
Ahora que sé dónde los quieren, con su papeleta en la urna, he tratado de recordar dónde estaba yo a los 16. Nada, imposible. No me viene nada digno de ser reseñado. A los 18 sí: universidad, presiones de mis colegas para que el abstemio ... se sacara el carné de conducir, algún viaje de pirados a la costa, peleas de garito, cosas así.
A los 16 no sé si tenía muchas neuronas, menos seguro que hormonas en ebullición, pero fijo que mi ideología era tan inexistente como la de Pedro Sánchez ahora: un compendio de intereses en una subasta donde mi apoyo, a lo que fuera, venía motivado por un ¿quién me da más?.
Lo que sí recuerdo es que era bastante más radical en mis afectos y sus antónimos. Tenía sueños, obvio, pero morían en la orilla del verano y, desde luego, no estaban entre ellos casarme, ser padre, hipotecarme y, ahora, echar cuentas de una pensión amenazada de extinción.
A los 16 no cuentas los años. Pasados los cincuenta, los descuentas. No digo yo que un adolescente no merezca todo mi respeto, pero me da que en todo caso será más merecedor de mis cuidados y, a ser posible, hasta de mis parcas enseñanzas, modelo que soy de los errores que no debería cometer.
Con 16 no puedes beber, ni conducir, ni pedir un crédito, ni pueden echarte de casa, ni ir a prisión, ni casarte (salvo prueba fehaciente de estar emancipado)… Pero la izquierda bullanguera, fiestera, trilera, calculadora y pastoril quiere dar el derecho al voto a una edad a la que, atentos, no dejan comprar por ejemplo Lotería de Navidad o entrar en un bingo. Entiendo que pillar un cartón e irte con la abuela a cantar línea es cosa chunguísima para la que el cerebro de un chavalín no está preparado.
Si lo está para discernir quién o qué debe dirigir los designios de su país los siguientes cuatro años. Lo llamativo, y es especulativo por mi parte, es que el porcentaje de jóvenes que anhelan votar debe ser bastante más pequeño que el de los mayores que quieren concedérselo. La razón lógica es que son los partidos en los extremos los que salen beneficiados, quizá porque comparten mucho con esas siglas cuya falta de madurez en la edad adulta es un signo de candidez cuando no de frustración o cósmica estupidez. Ahí es donde los extremismos quieren pescar a una nueva feligresía a la que pueden ilusionar con sus infantiles aspavientos, justo cuando los padres de esos mismos chavales abandonan a sus predicadores fulleros porque la cosa no da para más y ya no es tiempo de vivir de pataleos y gimoteos sobre lo injusta que es la vida y los tantísimos derechos hurtados por el sistema y demás sandeces de los asaltacielos y abrebares.
La cosa es que dejarles votar no es un signo de libertad ni de responsabilidad. No apela a su madurez sino que se aprovecha precisamente de su falta de ella. Un votante informado es un engorro. Uno pastoreado, una bicoca.
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